viernes, 25 de abril de 2008

relato Nº 11



Estaba feliz, me sucedía pocas veces, pero salí de la sala de conciertos con la sensación de plenitud y satisfacción que un buen concierto es capaz de trasmitir.
Aquel día dejé el coche en casa. No sé que acontecimiento ciudadano había aconsejado tomar el transporte público. Acostumbrado como estaba a circular con mi vehículo, aislándome con más música y mis circunstancias, me dirigí con una cierta desgana a la cercana estación del Metro.
Una extraña sensación de liviandad llegaba hasta mi cabeza y a cada paso que daba, parecía que no era sobre tierra firme, más bien recordaba cuando de pequeño mi padre me llevaba al rompeolas con las viejas golondrinas del puerto y mis pies notaban que el suelo no era de fiar.
Esperando que llegará el tren, sentado en un banco y contemplando como una pandilla de jóvenes más bien ruidosos y alegres, ajenos a todo lo que pasaba a su alrededor, se iban difuminando en mi vista, mientras el adagio de la novena de Mahler que acababa de escuchar, se hacia cada vez más presente, me dispuse a entrar en el vagón semi vacío que me esperaba de una manera que ni yo mismo podía llegar a imaginar.
Esos acordes iniciales de la cuerda grave atacados de forma magistral por nuestro flamante director, cada vez más alejaban cualquier imagen y sonido real que sucedía a mi alrededor y llegó el silencio más sereno que había escuchado nunca, sin ningún energúmeno, como yo había hecho tantas veces, gritando bravo y sin aplausos estentóreos y sin carrerillas para los abrigos y el parking. El silencio más sublime que había escuchado nunca y la paz y la luz.
Lástima que después de 7 horas de éxtasis, los gritos histéricos de una señora a la que le caí encima, cuando el vagón cogía esa curva que tantas veces me había hecho sujetar fuertemente a la barra, me devolvió a la muerte.
Fueron dos días terribles de ambulancias, médicos, familiares y amigos que lloraban y yo que les quería decir que no se preocuparan, pero no me oían y vi gente llorando que no lo hubiera pensado jamás y no vi a gente que pensaba que vendrían y finalmente desaparecí.
Qué ganas tenía, el traje que me habían puesto no me sentaba bien a la cara, lo había comprado de rebajas, pero ese color nunca me había terminado de convencer. Claro, era el más nuevo del armario.

3 comentarios:

Vissi d'arte dijo...

Me encanta la foto, es genial!!!

pfp dijo...

papagena, en verdad la he encontrado por la red, creo que es en Canadá, ¿es chula verdad ? y también el relato ¿no crees? Besos a todos

Anónimo dijo...

Es un buen relato, he pensado cosas parecidas muchas veces, después de momentos especiales en los que pierdes dde vista el suelo y el momento en que se vive...