martes, 19 de marzo de 2013

la infamia, historia atemporal



Los hombres

A principios del siglo XIX, las vastas plantaciones de algodón que había en las orillas eran trabajadas por negros, de sol a sol. Dormían en cabañas de madera, sobre el piso de tierra. Fuera de las relación madre-hijo, los parentescos eran convencionales y turbios. Nombres tenían pero podían prescindir de apellidos. No sabían leer. Su enternecida voz de falsete canturreaba un inglés de lentas vocales. Trabajaban en filas, encorvados, bajo el rebenque del capataz. Huían, y hombres de barba entera saltaban sobre hermosos caballos y los rastreaban fuertes perros de presa.

A un sedimento de esperanzas bestiales y miedos africanos habían agregado las palabras de la Escritura: su fe por consiguiente era Cristo. Cantaban hondos y en montón: Go down Moses. El Mississippi les servía de magnífica imagen del sórdido Jordán.

Los propietarios de esa tierra trabajadora y de esas negradas eran ociosos y ávidos caballeros de melena, que habitaban en largos caserones que miraban al río -siempre con un pórtico pseudo griego de pino blanco. Un buen esclavo les costaba mil dólares y no duraba mucho. Algunos cometían la ingratitud de enfermarse y morir. Había que sacar de esos inseguros el mayor rendimiento. Por eso les tenían en los campos desde el primer sol hasta el último; por eso requerían de las fincas una cosecha anual de algodón o tabaco o azúcar. La tierra fatigada y manoseada por esa cultura impaciente, quedaba en pocos años exhausta: el desierto confuso y embarrado se metía en las plantaciones.

En las chacras abandonadas, en los suburbios, en los cañaverales apretados y en los lodazales abyectos, vivían los poor whites, la canalla blanca. Eran pescadores, vagos cazadores, cuatreros. De los negros solían mendigar pedazos de comida robada y mantenían en su postración un orgullo: el de la sangre, sin un tizne, sin mezcla. (...)

Jorge Luis BORGES.

Historia universal de la infamia.


Fotografía: Dubai. pfp

  



viernes, 8 de marzo de 2013

todo lo que era sólido



Desde la observación, desde el análisis, desde la reflexión y el rigor, desde la vida misma, nos presenta Antonio Muñoz Molina este ensayo directo y apasionado.

"Todo lo que era solido" es un espejo en el que debemos mirarnos, no importa el lugar ideológico en el que nos movamos, dónde vivamos o nuestra condición social; una llamada al idealismo práctico y racional para que reaccionemos, cada uno desde nuestro ámbito, y contagiemos con nuestro ejemplo una responsabilidad cívica que hemos de exigir, de manera contundente a nuestros gobernantes.


Six Barral, biblioteca breve