jueves, 24 de abril de 2008

relato nº 10



Podría pasar por un síntoma evidente de senectud. Los tiempos se me hacían largos, infinitos, pero el tiempo era efímero, como un suspiro. Justo al revés que en la infancia. Era una sensación ambivalente, protectora e inquietante…

El trayecto diario resultaba cada vez más fastidioso e insufrible. Con los años, el trabajo suponía una rutina aburrida pero llevadera, ventajas de la edad y la experiencia. Pero el desplazamiento me pesaba más y más; la misma desgana, el mismo abatimiento, la misma sumisión. Un tiempo perdido que nadie buscaba…

Hoy era especialmente dilatado, interminable, como nunca antes. Predominaba el abandono y la introspección, rasgados únicamente por el intercambio constante de viajeros; nuevas caras, nuevas ropas, mismos ademanes. Un pase de diapositivas de un viaje que no hicimos, gradual y tedioso…

Como autoprotección había desarrollado una actitud de aislamiento, una conducta asocial; una especie de autismo. Una variante de mecanismo de defensa del yo; una modalidad de afrontar la incapacidad de ser feliz. La búsqueda de la Arcadia en palabras del poeta: “lujo, calma y voluptuosidad”. Tal vez por ello me encontraba agrupado pero aislado de los demás. Con una extraña sensación de haber pasado en varias ocasiones por el mismo destino, no me extrañé de no preguntar a nadie por aquel desatino…

Dilapidada una cantidad inconmensurable de instantes, la vivencia se hizo angustiosa. Ahora las miradas se posaban largamente sobre mí. Ya no eran fugaces vistazos, ojeadas al paso, eran escudriñamientos voluntarios. Pasaban unas figuras, cambiaban las fisonomías, todos miraban con cierta ansiedad aunque nadie osaba avanzar en otras averiguaciones. Yo habría hecho lo mismo. A todos nos puede la neurastenia, la pusilanimidad, el miedo, la comodidad, para romper la rutina en un acto de voluntad heroica…

El arrullo de la máquina en sus aceleraciones, frenazos y balanceos, incrementaba la dulzura de la dejadez, el aroma de la desidia. El tiempo se había vuelto redondo, y tan sólo el acecho creciente de la dotación humana sostenía la realidad . Incluso un empleado pretendió ahondar un algo sobre mi situación, pero no insistió más allá de su turno. Por un momento me sentí en un escaparate, en una metamorfosis en público, sin la protección íntima de la habitación de uno, nuestro cobijo…

Cuando el tiempo se hizo eterno, desde una plenitud esfenoidal creí adivinar una apariencia de traslado forzoso y forzado, alumbrado con luces intermitentes, chalecos reflectantes, y ruido y furia de periodistas…

Pero la realidad es que yo estaba ya muy lejos, observando un mundo nuevo a través de ojos compuestos de díptero. Dotado de otros sentidos, me embriagaba la húmeda fetidez de un establo…

Creo que seguía en marcha la inacabable rueda de las reencarnaciones… el Dharma.
Fotografía: Diptero; mosca de establo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Has conseguido intrigarme porque lo bueno es que no me lo esperaba... por eso es !sorprendente! y subo al autobús con cierta aversión.