Julia
Eran las tres de la tarde cuando salía de mi casa. Media hora antes me revolvía entre las sábanas decidiendo si ducharme o llamar a la oficina para decir que estaba enferma. La verdad es que no me pasaba nada, físicamente quiero decir. El problema estaba dentro de mi y empezaba a cansarme, tanto, que desde hacía algunas semanas, incluso meses, yo no era yo sino simplemente una silueta difuminada de mi misma. Sin ánimo, sin ganas de hacer algo, sin esperanza. Había perdido los motivos para salir de la cama.
Ni me duché, ni desayuné. Sería mejor esperar a la hora de comer, aunque ya casi tocase tomar el té. Me puse lo primero que vi tirado en el suelo de la habitación utilizando como criterio la intensidad de su olor. Lo único que me importaba de verdad era no perder las gafas de sol. Bajé las escaleras del metro, apagué el cigarrillo y saqué mi abono. En el majestuoso andén de la linea 10 dirección Puerta del Sur apenas unos cuantos perdedores como yo que seguramente iban a trabajar, a perder los mejores años de su vida en una ocupación que les proporcionaba dinero que gastar y mucho tedio. En realidad los trabajadores somos adictos. No podemos salir de ese círculo demoniaco en el que gastar es el requisito para existir, pero para gastar tienes que ganar y para ganar debes trabajar, así que para existir es imprescindible trabajar.
Puse fin a esta pequeña disertación interna cuando el tren entró en la estación. Mi máxima excitación en los últimos días era apostar conmigo misma si la puerta del vagón coincidiría con donde me había situado. Normalmente perdía, pero luego descubrí que sólo había que fijarse en qué zonas de la línea amarilla el color estaba ennegrecido. Aquel descubrimiento acabó con la incertidumbre. Entré en el vagón excesivamente refrigerado y horrorosamente iluminado. Poca gente y mucho desánimo. Me senté junto a un hombre que tenía la mirada perdida pero un gesto afable que inspiraba confianza. Me transmitió seguridad, tranquilidad, una agradable y extraña sensación que me relajó. Comencé a mirarlo timidamente, pocos segundos, de lado, desviando la mirada. Nunca me ha gustado la indiscreción y por supuesto nunca la he practicado, pero aquel hombre... era diferente. Su mirada seguía clavada en el horizonte acristalado del vagón cuando decidí que el sería el depósito de mis penas durante tres paradas.
"No quiero ir a trabajar. Bueno, en realidad el trabajo es lo de menos, de hecho es lo único que me obliga a salir de casa. Si no trabajase estaría todo el día en la cama que es lo único que se me da bien. Dormir y consumir poco oxígeno. ¿Novio? No tengo de eso desde hace algunos años. No, no es asunto de amor. Nadie es tan importante como para dejar querer de vivir, si acaso uno mismo, pero yo quiero seguir aquí aunque me gustaría que fuese de otra manera. ¿Sabe?. No veo ningún sentido a todo esto, no sé si me entiende, a cómo está montado todo este asunto. ¿En que gastamos el tiempo?. En aprender, en crecer, en perder y en morir que, la verdad sea dicha, me parece lo más surrealista de todo. No entiendo porqué tenemos que saberlo, lo de morir me refiero. Si el final es inevitable, ¿para qué tanto lío con lo que sabemos que es cierto?. Imaginese. Viviré cerca de setenta años...no, eso es muy optimista...cincuenta, ¿vale? cincuenta años. Ya he perdido la mitad en las ideas que nunca se hicieron reales y en las que nunca pensé, todo un triunfo. Ahora tengo un trabajo que odio, una familia que detesto y unos amigos a los que les da miedo coger un avión. ¿Los chicos?. Con ese asunto daríamos dos vuelta a la 6, así que mejor dejémoslo. Pero claro, si algo he aprendido es que muchos problemas no están más que en uno mismo. Culpar a los demás no es realista. No se si será verdad o simplemente un mecanismo para que nos fustiguemos internamente y dejemos tranquilos al resto de seres humanos, pero joder, echar la culpa al entorno es lo más gratificante del mundo. Ni siquiera eso. El dolor interno, apretar los dientes y sufrir, como si esto siguiese siendo un valle de lágrimas... en fin...creo que ésta es mi parada... gracias por escucharme... ha sido usted muy amable".
Salí del vagón con la sensación de pesar diez Kilos menos. Pobre hombre, no había dejado que dijese nada, pero para uno que escucha debía aprovecharlo. Llegué a la oficina de buen humor y trabajar no resultó tan penoso como el resto de mi vida aunque sabía que el impulso del desahogo no sería eterno. Al día siguiente no había rastro de él. Un nuevo día, un día menos para el final, un día anónimo que empezaba igual que los demás. Bajé al metro, entré en el vagón, me senté sola. En el asiento de al lado uno de esos periódicos gratuitos sobados. Lo abrí, pasé las páginas sin atender a la letra pero en la séptima una me impresionó: "Un hombre viaja muerto siete horas en un vagón de Metro". Seguí leyendo para no sentirme estúpida, aunque a decir verdad habría que contar el número de personas que hablaron con el. El si sabía escuchar.
Eran las tres de la tarde cuando salía de mi casa. Media hora antes me revolvía entre las sábanas decidiendo si ducharme o llamar a la oficina para decir que estaba enferma. La verdad es que no me pasaba nada, físicamente quiero decir. El problema estaba dentro de mi y empezaba a cansarme, tanto, que desde hacía algunas semanas, incluso meses, yo no era yo sino simplemente una silueta difuminada de mi misma. Sin ánimo, sin ganas de hacer algo, sin esperanza. Había perdido los motivos para salir de la cama.
Ni me duché, ni desayuné. Sería mejor esperar a la hora de comer, aunque ya casi tocase tomar el té. Me puse lo primero que vi tirado en el suelo de la habitación utilizando como criterio la intensidad de su olor. Lo único que me importaba de verdad era no perder las gafas de sol. Bajé las escaleras del metro, apagué el cigarrillo y saqué mi abono. En el majestuoso andén de la linea 10 dirección Puerta del Sur apenas unos cuantos perdedores como yo que seguramente iban a trabajar, a perder los mejores años de su vida en una ocupación que les proporcionaba dinero que gastar y mucho tedio. En realidad los trabajadores somos adictos. No podemos salir de ese círculo demoniaco en el que gastar es el requisito para existir, pero para gastar tienes que ganar y para ganar debes trabajar, así que para existir es imprescindible trabajar.
Puse fin a esta pequeña disertación interna cuando el tren entró en la estación. Mi máxima excitación en los últimos días era apostar conmigo misma si la puerta del vagón coincidiría con donde me había situado. Normalmente perdía, pero luego descubrí que sólo había que fijarse en qué zonas de la línea amarilla el color estaba ennegrecido. Aquel descubrimiento acabó con la incertidumbre. Entré en el vagón excesivamente refrigerado y horrorosamente iluminado. Poca gente y mucho desánimo. Me senté junto a un hombre que tenía la mirada perdida pero un gesto afable que inspiraba confianza. Me transmitió seguridad, tranquilidad, una agradable y extraña sensación que me relajó. Comencé a mirarlo timidamente, pocos segundos, de lado, desviando la mirada. Nunca me ha gustado la indiscreción y por supuesto nunca la he practicado, pero aquel hombre... era diferente. Su mirada seguía clavada en el horizonte acristalado del vagón cuando decidí que el sería el depósito de mis penas durante tres paradas.
"No quiero ir a trabajar. Bueno, en realidad el trabajo es lo de menos, de hecho es lo único que me obliga a salir de casa. Si no trabajase estaría todo el día en la cama que es lo único que se me da bien. Dormir y consumir poco oxígeno. ¿Novio? No tengo de eso desde hace algunos años. No, no es asunto de amor. Nadie es tan importante como para dejar querer de vivir, si acaso uno mismo, pero yo quiero seguir aquí aunque me gustaría que fuese de otra manera. ¿Sabe?. No veo ningún sentido a todo esto, no sé si me entiende, a cómo está montado todo este asunto. ¿En que gastamos el tiempo?. En aprender, en crecer, en perder y en morir que, la verdad sea dicha, me parece lo más surrealista de todo. No entiendo porqué tenemos que saberlo, lo de morir me refiero. Si el final es inevitable, ¿para qué tanto lío con lo que sabemos que es cierto?. Imaginese. Viviré cerca de setenta años...no, eso es muy optimista...cincuenta, ¿vale? cincuenta años. Ya he perdido la mitad en las ideas que nunca se hicieron reales y en las que nunca pensé, todo un triunfo. Ahora tengo un trabajo que odio, una familia que detesto y unos amigos a los que les da miedo coger un avión. ¿Los chicos?. Con ese asunto daríamos dos vuelta a la 6, así que mejor dejémoslo. Pero claro, si algo he aprendido es que muchos problemas no están más que en uno mismo. Culpar a los demás no es realista. No se si será verdad o simplemente un mecanismo para que nos fustiguemos internamente y dejemos tranquilos al resto de seres humanos, pero joder, echar la culpa al entorno es lo más gratificante del mundo. Ni siquiera eso. El dolor interno, apretar los dientes y sufrir, como si esto siguiese siendo un valle de lágrimas... en fin...creo que ésta es mi parada... gracias por escucharme... ha sido usted muy amable".
Salí del vagón con la sensación de pesar diez Kilos menos. Pobre hombre, no había dejado que dijese nada, pero para uno que escucha debía aprovecharlo. Llegué a la oficina de buen humor y trabajar no resultó tan penoso como el resto de mi vida aunque sabía que el impulso del desahogo no sería eterno. Al día siguiente no había rastro de él. Un nuevo día, un día menos para el final, un día anónimo que empezaba igual que los demás. Bajé al metro, entré en el vagón, me senté sola. En el asiento de al lado uno de esos periódicos gratuitos sobados. Lo abrí, pasé las páginas sin atender a la letra pero en la séptima una me impresionó: "Un hombre viaja muerto siete horas en un vagón de Metro". Seguí leyendo para no sentirme estúpida, aunque a decir verdad habría que contar el número de personas que hablaron con el. El si sabía escuchar.
ENHORABUENA
Relación de autores y relatos:
Nº 1 Javi Duque
Nº 2 Kundry
Nº 3 Javi Duque
Nº 4 PJDFP
Nº 5 Ignacio Ampudia GANADOR
Nº 6 Kundry
Nº 7 Susana Meitin
Nº 8 Papagena
Nº 9 Anfortas
Nº10 Barbebleue
Nº 11 Xim0
Nº 12 Josefina Lopez de Pastors
Nº 13 Javi Duque
Nº 14 Josefina Lopez de Pastors
Nº 15 Federico
nº 16 Josefina Lopez de Pastors
ENHORABUENA A TODOS, ha sido un auténtico lujo contar con vuestra colaboración. Que sepaís que siempre que os apetezca escribir sobre cualquier tema estaré encantada de publicarlo aquí en mi casa que es la vuestra. Un abrazo a todos y cada uno Pilar
PD. Me encantaría que me facilitarais un correo postal para mandaros una pequeña sorpresa.
4 comentarios:
Enhorabuena Ignacio, ese final tiene mucho poder.
Pilar, ha sido un placer.
No me acordaba que se podia enviar más de uno, aunque con uno ya me costo lo suyo.
Felicidades Ignacio!! Me hace mucha ilusión saber el nombre de todos... es como si hubiésemos estado jugando al escondite, por lo menos para mí y, de pronto nos encontrásemos frente a frente. Ha sido emocionante, os admiro a todos y os doy gracias por esa extraña pero hermosa complicidad que sólo Pilar, mi Pilar sabe crear en todo, dándole siempre una chispa de misterio... Besos a todos. Por cierto, yo soy Josefina.
¡¡Felicidades, Ignacio Ampudia!!
No era mi candidato, como es obvio, pero los lectores mandan. Parece que a mí me va Tri-Josefina.
Curioso...
Muy bien, Pilar, todo un éxito.
Felicidades al ganador Ignacio Ampudia, y aunque no ganó a Barbableu por su brillante relato.
Amfortas.
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