domingo, 4 de abril de 2010

3º Concurso pequeño formato. Relato nº7



Nuestra relación, comenzó hace un par de años, o menos, o quizás más, es igual, no es importante el tiempo transcurrido si no la intensidad de la vivencia.


Como decía, todo comenzó un día con la recepción de un paquete, que me fue enviado desde la sede central de mi empresa.


El paquete, contenía un maletín con un PC portátil en su interior. Complementaba el envío un cargador, un ratón de larga cola (cibernético, se entiende), una unidad de memoria externa y algún cable de conexión telefónica.


En el momento de las presentaciones le noté frío, se identificó como el Sr. Hp, sin nombre, sin modelo, sin número de serie, en definitiva sin ningún detalle que identificase su alcurnia, solo un apellido y bastante común.


Su tez, gris oscura y con varias cicatrices, me indicaban su madurez. Contaría con un portátil experimentado y que seguramente había batallado en muchos despachos médicos, la experiencia siempre es un grado pensé, pero su aspecto cansado me preocupó.

Nuestra relación, fue estrictamente profesional, él, tenía que ayudarme en mi trabajo, proporcionándome conexión directa con la central de nuestra empresa para así, poder acceder a los historiales de mis pacientes.

Tengo que confesar que desde el primer momento, mi impresión no fue buena, quizás esta intuición restó confianza a nuestra relación, pero no me equivoqué.


Todo lo que le pedía lo realizaba con gran lentitud, le costaba una eternidad conectarse con su ordenador jefe, todos los datos que le dictaba los transcribía a regañadientes, escribiendo hora sí hora no, ahora deprisa, ahora me paro, en fin, pensaba que se cachondeaba de mí, pero como tengo una paciencia como la del señor Job, (que yo creo que no está santificado) y no contaba con otros recursos, tuve que continuar nuestra relación, intentando hablarle con dulzura y explicarle que teníamos que hacer un tandem para la buena marcha de la empresa y de nuestra salud.


Pero no mejoró, incluso diría que su actitud fue empeorando, desconectándose sin previo aviso, con la consabida perdida de datos y la necesaria repetición del trabajo ya efectuado. Nuestra relación empeoraba día a día y empezó a convertirse en un tormento.


Un día, mirándole cara a cara, después de una de sus desconexiones a la brava, me pareció que mi compañero estaba enfermo. Mala cara, tenía desde el primer día, esa tez gris, esas cicatrices, ese aspecto de batallas perdidas, ese polvillo entre sus teclas, en fin, me afloró mi lado médico y le hice una anamnesis completa, el diagnóstico ¡claro!, sin pruebas complementarias pero ¡claro y evidente! ¿cómo no me di cuenta desde un principio? su clínica era de libro, mi querido Hp padecía un SÍNDROME DE FATIGA CRÓNICA.


Mis sentimientos cambiaron.


Sin tiempo que perder, pedí que fuese remitido al mejor especialista en la materia, en cambio, en mi empresa, pensaron que era suficiente con el del “Seguro”.


El del “Seguro”, acudió a mi consulta para reconocer a Hp. En esos momentos unos oscuros nubarrones nublaron mi mente, el del “Seguro” en cuestión (estoy convencido que no tenía especialización y que cubría la baja del titular o como mucho cubría el puesto de forma interina), no me transmitió ni la más mínima confianza, fue anodino, intrascendente, dudaba de mi diagnóstico, ¡¡¡ UN INCOMPETENTE!!!


La cuestión terminó con el traslado e ingreso de mi compañero Hp.


Mis sospechas se transformaron en realidad, a los pocos días, me devolvieron al pobre Hp con el mismo aspecto cansado, con esa tez gris oscura, con las mismas cicatrices y ni aún el polvo de sus teclas había desaparecido. El informe del técnico del “Seguro” vaga, sin contenido, insulsa, en definitiva no le habían hecho nada, según decía, su funcionamiento era correcto, -que sabrá de funcionamiento ese chapucero pensé, le tendrían que quitar el titulo- no le habían practicado ni una Resonancia ni un TAC, ni un análisis de circuitos, ni una mísera radiografía.


Ni que decir tiene, que nuestra asociación empeoró día a día, mi querido Hp, si, querido, porque al final de los débiles y de los enfermos nos acabamos encariñando, su pobre situación nos afecta y nos conmueve, les comprendemos, todos somos humanos… bueno Hp no, pero casi, sus reacciones, eran tan similares a las del resto de la gente…


Como decía, mi querido Hp no lograba mantenerme una conexión más de 30 minutos seguidos en el mejor de los casos, era incapaz de transcribir todo lo que le dictaba, y cada vez memorizaba peor todas mis instrucciones, él lo sabía, se daba cuenta de su enfermedad, se daba cuenta de su bajo rendimiento, de su torpeza, de su inutilidad, sabía que tras nuestras sesiones de trabajo de los miércoles, tenía que acudir a finalizarlas en mi PC de sobremesa, y creo que no lo soportaba.

¡Y ocurrió!


Ayer fue nuestra última sesión, cuando lo recuerdo manan las lágrimas de mis ojos, la escena fue no ya Dantesca, más aún, Bushescoaznariana.


Su incapacidad para ayudar en mi trabajo le estaba provocando una Depresión Mayor Muy Grave, se sentía inútil, vacío, incapaz de realizar y mantener una simple conexión con su colega de central, cansado y dolorido, cada vez que acariciaba sus teclas emitía un leve susurro de dolor ¡Se derrumbó!, después de varios y costosos intentos logró conectarse con nuestra central, pero estaba extenuado, veía su incompetencia y como cualquier ser humano se sentía frustrado, hundido en un agujero negro cibernético, incapaz de mantener la conexión por encima de unos segundos. Nuestros pacientes contribuían con sus comentarios a empeorar la situación, qué, no quiere trabajar ¿eh?, ¿se le ha caído la línea?, ¿está hoy perezoso?, ¡esto es el progreso¡… y frasecitas que tuvimos que aguantar estoicamente con una sonrisa en nuestros labios.


Quizás, lo que acabó por desmoronarle, fue que delante de nuestros pacientes tuviese que apartarlo y hacer uso de una hoja de papel y de un bolígrafo que dormía encima de la mesa. No lo debí hacer nunca.


Su reacción fue drástica, inmediata, fulminante, en el momento en que nos quedamos solos me hizo levantar, se agarró a mis manos con una fuerza que jamás me había mostrado y obligándome a alzar mis brazos se encaramó por encima de mi cabeza solo sujeto por los dedos índices y pulgares de mis manos ¡si!, con la intención de lanzarse al vacío, con la intención de desconectar sus circuitos para siempre, con la intención de terminar con la agonía de tantos años, o quizás no fueron tantos pero la relatividad del tiempo es evidente.


Mi reacción fue inmediata, por mi cabeza pasaron en una décima de segundo todas las imágenes de mi vid... no, lo que vi fue que mi compañero Hp luchaba por su liberación definitiva, pero luchaba desde el extremo de mis manos, claramente era un suicidio y yo le entendía, pero ¿lo entendería el resto del mundo?, ¿me harían cómplice de su muerte?, ¿me cobrarían su reparación?, ¿me harían comprar uno nuevo?.


La cordura entró en mi cerebro despejando los oscuros nubarrones que instaló en mí aquel nefasto individuo del “Seguro” y se hizo la luz, a tiempo de impedir que mi querido Hp volase por los aires en busca de su libertad.

Me disfracé de psicólogo y hasta le convencí, le susurre lo bonito de la vida, le hable de nuestra amistad, para al final hacerle recapacitar sobre su enfermedad y convencerle de la idoneidad de un correcto tratamiento que esta vez encontraríamos, en definitiva, le mentí.

El resto de la jornada discurrió por los mismos derroteros, con la minusvalía de Hp y la persistencia de comentarios soeces por parte de nuestros interlocutores.


Cuando quedamos a solas y con prácticamente todo el trabajo por hacer, la secuencia se repitió, en un momento de descuido volvió a subirse sobre mis manos arrancando al ratón (bionico) de su cordón umbilical, me imploró que le ayudase, que le subiese por encima de mi cabeza y le impulsase con todas mis fuerzas en un vuelo que nos liberaría a ambos y accedí.


Ya estaba iniciando el vuelo hacia las baldosas de gres de nuestro despacho de alquiler, cuando, la razón me iluminó de nuevo y evitó que mis dedos soltaran a mi inseparable compañero cuando este descendía, como un rayo de luz, a la altura de mis caderas.


Casi me destrozo la rodilla, todavía me duele, pero mi agilidad y coordinación lograron detener el golpe mortal con el que mi amigo Hp pretendía poner fin a una entrañable relación.


Mis posteriores pasos fueron rápidos y precisos, mirándole a los ojos fijamente me despedí y le prometí…. ya no recuerdo qué, lo apague a la brava sin seguir el protocolo indicado y en estos momentos me encuentro embalándolo de nuevo para que a través de la valija de mi empresa sea enviado a… no se a quien pero enviarlo donde quizás puedan ayudarle a comenzar una nueva vida lejos de la amenaza mis man...






Fotofrafía: acrílico sobre papel. Considerando. pfp

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