Calladita estás más mona…cientos, miles de veces, y en estéreo, su madre por un lado y su tía al otro. Toda su infancia oyendo esa frase, cada vez que su hermano la incordiaba, cada vez que pedía que la llevaran con la abuela, cada vez que protestaba por la incomodidad de la ropa que debía llevar. Más mona. Era lo máximo, lo único, de hecho, a lo que podía aspirar, ser mona. Pero callada, discreta, servicial.
En la adolescencia, empezaron las tímidas protestas. Papá, dejadme volver algo más tarde, quiero esa minifalda, mi amiga ya tiene tocadiscos y yo aún no…Niña, calla, que tu padre tiene muchas preocupaciones, no está para esas tonterías.
Su amigo barbudo de la facultad le abrió los ojos a la lucha de clases, la emancipación femenina (por la cuenta que a él le traía), la opresión capitalista y la alienación de la cultura burguesa. Muchas asambleas, muchas tardes en el partido, él arengando, ella escuchándole en silencio, arrobada. Y le leía reiteradamente un poema…Me gusta cuando callas porque estás como ausente…
Cuando finalmente acabó Derecho, su padre le colocó, sin que ella pudiera decir nada, en un bufete de un amigo, donde conoció al que sería su marido. Hombre brillante y hábil conversador, bueno, mejor locuaz hablador, porque lo que era escuchar…
Vinieron los dos hijos varones, y la tercera, aunque ella hubiera preferido sólo uno, pero se lo calló. Era una familia próspera, los negocios iban bien, los niños a los mejores colegios, tenían casa en la montaña y en el mar. También una activa vida social. Ella lo organizaba todo, esas reuniones y fiestas favorecían en mucho los contactos y clientes del marido, gente de alto nivel. Pero con la que mejor no hablar mucho, no sea que digas algo inconveniente, le recordaba él.
Cállate, por favor, no se te ocurra decirle nada a tu marido, no seas tonta, acaso crees que él te lo cuenta a ti, le aconsejó fervientemente su amiga cuándo se enteró de que ella tenia un lío con su profesor de equitación. Ni pensarlo, podrías perder mucho, calladita estás más mona (regresión a la infancia, a los 55 años).
Una tarde de agosto su marido debía concertar a las seis de la tarde un partido de padel con un buen cliente. Pero la pista estaba ocupada, y lo adelantaron a las tres. A 40º, a la media hora, el brillante empresario cayó fulminado. Cuándo ella se enteró, no supo que decir. Lloró en silencio.
Era una tarde de setiembre, empezaba a refrescar a media tarde. Ella organizó en la casa frente al mar la ceremonia de lanzamiento de las cenizas de su marido, con todos los amigos y familiares. Un acto precioso, con flores por todas partes, los invitados en sillas cubiertas de tules y lazos, y ella, sin palabras, lanzando las cenizas por el acantilado, rodeada de sus hijos.
Le costó que marcharan todos, sus hijos insistían en quedarse, ella en que regresaran a sus casas. Les prometió tomarse unas pastillas e irse a dormir pronto. En vez de eso, se sentó en el porche de la casa que daba al mar. Estuvo sentada, silenciosa e inmóvil, durante dos horas. Mirando y escuchando el oleaje.
Cuando pasaron exactamente 120 minutos, su boca se abrió, sin sonido primero, pero repentinamente, sin contención, sacó de dentro un grito desmesurado, poderoso, enorme. Y, finalmente, sonrió.
En la adolescencia, empezaron las tímidas protestas. Papá, dejadme volver algo más tarde, quiero esa minifalda, mi amiga ya tiene tocadiscos y yo aún no…Niña, calla, que tu padre tiene muchas preocupaciones, no está para esas tonterías.
Su amigo barbudo de la facultad le abrió los ojos a la lucha de clases, la emancipación femenina (por la cuenta que a él le traía), la opresión capitalista y la alienación de la cultura burguesa. Muchas asambleas, muchas tardes en el partido, él arengando, ella escuchándole en silencio, arrobada. Y le leía reiteradamente un poema…Me gusta cuando callas porque estás como ausente…
Cuando finalmente acabó Derecho, su padre le colocó, sin que ella pudiera decir nada, en un bufete de un amigo, donde conoció al que sería su marido. Hombre brillante y hábil conversador, bueno, mejor locuaz hablador, porque lo que era escuchar…
Vinieron los dos hijos varones, y la tercera, aunque ella hubiera preferido sólo uno, pero se lo calló. Era una familia próspera, los negocios iban bien, los niños a los mejores colegios, tenían casa en la montaña y en el mar. También una activa vida social. Ella lo organizaba todo, esas reuniones y fiestas favorecían en mucho los contactos y clientes del marido, gente de alto nivel. Pero con la que mejor no hablar mucho, no sea que digas algo inconveniente, le recordaba él.
Cállate, por favor, no se te ocurra decirle nada a tu marido, no seas tonta, acaso crees que él te lo cuenta a ti, le aconsejó fervientemente su amiga cuándo se enteró de que ella tenia un lío con su profesor de equitación. Ni pensarlo, podrías perder mucho, calladita estás más mona (regresión a la infancia, a los 55 años).
Una tarde de agosto su marido debía concertar a las seis de la tarde un partido de padel con un buen cliente. Pero la pista estaba ocupada, y lo adelantaron a las tres. A 40º, a la media hora, el brillante empresario cayó fulminado. Cuándo ella se enteró, no supo que decir. Lloró en silencio.
Era una tarde de setiembre, empezaba a refrescar a media tarde. Ella organizó en la casa frente al mar la ceremonia de lanzamiento de las cenizas de su marido, con todos los amigos y familiares. Un acto precioso, con flores por todas partes, los invitados en sillas cubiertas de tules y lazos, y ella, sin palabras, lanzando las cenizas por el acantilado, rodeada de sus hijos.
Le costó que marcharan todos, sus hijos insistían en quedarse, ella en que regresaran a sus casas. Les prometió tomarse unas pastillas e irse a dormir pronto. En vez de eso, se sentó en el porche de la casa que daba al mar. Estuvo sentada, silenciosa e inmóvil, durante dos horas. Mirando y escuchando el oleaje.
Cuando pasaron exactamente 120 minutos, su boca se abrió, sin sonido primero, pero repentinamente, sin contención, sacó de dentro un grito desmesurado, poderoso, enorme. Y, finalmente, sonrió.
Fotografía; M.S. Nº3 pfp
3 comentarios:
me ha conmovido especialmente, ese silencio tan "mono", que al final parió ese grito de salvación, quizás...ojalá.
Este sí que me ha gustado! el grito de la esperanza!!
Bestial: la ceremonia de lanzamiento de las cenizas. Una gran expresión. Lanzar, arrojar, desprenderse de él. Bestial.
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