Anochecía sobre el paisaje de la ciudad, envuelto en grises y sombras del amasijo de cemento y ladrillos: casas arracimadas, sin alturas de armonía, vida sin silencios… sonidos de un ejército de vehículos rodados en torpe concierto, emprendiendo la marcha y frenándola otra vez, dirigidos por el monóculo de los mariscales urbanos – rojo, ámbar, verde -, alertas sobre el día agonizante…
Sí, anochecido era ya cuando decidí bajar al metro, como huyendo… quería descender a la utopía de algo que es pero que no se ve, el metro.
¡Cuánta gente desaforada iba y venía no se de dónde ni a dónde, con sus tiques en la mano y la mirada al frente para ver alguna dirección que coincidiera con su efímero destino…! Todo era tan rápido y trepidante, que pensé tomarlo con calma y observar… Ya en el vagón, camino de cualquier parte, a mi no me importaba en absoluto, me complacía en observar los rostros de las personas… aquella mujer mayor, muy mayor, al acecho de un lugar donde sentarse, una pareja joven, otra no tanto, balanceándose de pie como si el metro fuera un barco a la deriva, cuando eran sus propios impulsos los que imperaban en su oscilación sensual, el “pringao” de siempre solitario y mirando como si guardara rencor al mundo entero, la muchacha con su lectura ordenada y sabia, sentada junto a un hombre negro, reluciente, de grandes ojos atónitos observando también a todos, menos a mí… miradas claras, miradas turbias, miradas al suelo, a las ventanillas como si a través de ellas se ofreciera un maravilloso espectáculo cuando, en realidad, eran los propios pensamientos los que discurrían y dibujaban unos supuestos que hubieran podido ser, cuántas vidas vividas en la inviolable intimidad de cada uno, no iban a ser contadas, cuántas no formarían parte de la historia que configura el tiempo del recuerdo y la explicación analizada de la época precisa… todo lo pensado quedaría oculto, todo lo imaginado, todo lo deseado, ¿a dónde iría? .
De pronto, aquella mujer mayor se sentó sobre mí; realmente… no me molestó, tenía su derecho, al fin y al cabo yo había muerto un día como aquel.
Sí, anochecido era ya cuando decidí bajar al metro, como huyendo… quería descender a la utopía de algo que es pero que no se ve, el metro.
¡Cuánta gente desaforada iba y venía no se de dónde ni a dónde, con sus tiques en la mano y la mirada al frente para ver alguna dirección que coincidiera con su efímero destino…! Todo era tan rápido y trepidante, que pensé tomarlo con calma y observar… Ya en el vagón, camino de cualquier parte, a mi no me importaba en absoluto, me complacía en observar los rostros de las personas… aquella mujer mayor, muy mayor, al acecho de un lugar donde sentarse, una pareja joven, otra no tanto, balanceándose de pie como si el metro fuera un barco a la deriva, cuando eran sus propios impulsos los que imperaban en su oscilación sensual, el “pringao” de siempre solitario y mirando como si guardara rencor al mundo entero, la muchacha con su lectura ordenada y sabia, sentada junto a un hombre negro, reluciente, de grandes ojos atónitos observando también a todos, menos a mí… miradas claras, miradas turbias, miradas al suelo, a las ventanillas como si a través de ellas se ofreciera un maravilloso espectáculo cuando, en realidad, eran los propios pensamientos los que discurrían y dibujaban unos supuestos que hubieran podido ser, cuántas vidas vividas en la inviolable intimidad de cada uno, no iban a ser contadas, cuántas no formarían parte de la historia que configura el tiempo del recuerdo y la explicación analizada de la época precisa… todo lo pensado quedaría oculto, todo lo imaginado, todo lo deseado, ¿a dónde iría? .
De pronto, aquella mujer mayor se sentó sobre mí; realmente… no me molestó, tenía su derecho, al fin y al cabo yo había muerto un día como aquel.
Fotografía: obra de Tony Oursler
3 comentarios:
...que aburrida sería la eternidad sin relatos tan amenos como este, desde la paz de mi nicho ( con internet ) os animo a seguir escribiendo, gracias ajuahhh, ajuahhh, ajuahh-juahhh-juahhhh ( risa escalofriante... )
muy buena descripción del ambiente de ciudad y un final impactante como es tradicional en los relatos de suspense o intriga
Este relato se debe haber escrito mientras se viaja en Metro que es, para mi, como morir un poco, morir un rato. Muchas veces he soñado, mientras viajo en Metro, que salgo por una boca cualquiera y aparezco en una ciudad desconocida y por eso mismo seductora. En ese sentido el Metro podría ser una segunda "pequeña muerte" de la que revivimos cada día.
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