miércoles, 10 de marzo de 2010

3º Concurso pequeño formato. Relato nº2

Se conocieron en Baltimore, en una feria nacional de telefonía, pero el gran descubrimiento para ellos dos, no fueron las últimas tecnologías del mercado sino, ese mecanismo interno a partir del cual se recoge y procesa una sensación recíproca que además no sólo fue positiva, sino óptima.

Al final de la feria el uno marchó a Boston donde vivía con su esposa e hijo y el otro volvió a Los Ángeles, California, donde vivía también con mujer y tres hijos. Ambos ya, en la cuarentena de sus vidas, esa edad donde muchas parejas se dan de frente con la dura realidad, con el aburrimiento, el cansancio, con una vida frustrada por lo cotidiano, con las ilusiones prendidas por alfileres en una maraña sin posibilidad de arreglo, esa franja vital decididamente decadente, cuesta abajo…

En la historia de la Evolución Humana, el desarrollo de la capacidad de ver, de recoger y procesar información detallada a distancia, fue uno de los logros más asombrosos, además de ese instinto para navegar, de esa habilidad que compartimos los humanos con las aves migratorias, o con la capacidad orientativa de algunos insectos que utilizan el sol, como punto de referencia, eso fue lo que hizo que Boston y Los Ángeles se encontraran el uno al otro.

La adaptación de ambos a este nuevo fenómeno acaecido en sus vidas, no fue ni sencilla ni predecible. Durante un par de años se escribieron regularmente, cada vez con mayor frecuencia y ansiedad, interesados, asombrados, finalmente enamorados el uno del otro. Poco a poco compartieron trabajo, familia, confidencias, intimidad, todo a larga distancia. Entre ellos dos se tendió un hilo, una cuerda firme, donde asirse en los momentos de dudas, tristezas, desánimos, y la distancia hizo que aumentara enormemente la calidad y comunicación entre ellos. Ninguno de los dos hubiera pensado un tiempo antes que sus sentimientos evolucionarían en paralelo a los kilómetros y dificultades que les separaban… los dos pensaron que eran seres primitivos que evolucionaban hacia otro código más complejo, más elaborado, más completo que el genético, adquirido por el simple hecho de nacer.

Boston, más sensato frenó a Los Ángeles cuando este, comenzó a inquietarse a no encontrar sentido a un mundo en el que no había lugar para los dos, para los dos juntos, claro. Decidieron volver a verse. Al cabo de más de dos años de su primer encuentro, pudieron concertar una cita, media mañana en un aeropuerto intermedio… Primero fue un abrazo discreto, luego una conversación larga, profunda, más tarde un café, después un sorbo de agua... cinco horas cerca el uno del otro, sin a penas rozarse, mirándose a la profundidad de los ojos el uno del otro… Finalmente el reloj marcó la hora del vuelo a Boston, con minutos de diferencia despegaba también el vuelo de Los Ángeles... debían despedirse rápidamente y se despidieron. Un apretón de manos, un fuerte abrazo, un discreto y suave roce de labios.

La vida, se adapta al tiempo y al espacio, todos los componentes del sistema solar se mueven periódicamente, rotan sobre su eje, giran en órbitas, o casi siempre hacen ambas cosas: el día sigue a la noche, la luna reinicia incesante su ritmo mensual, las estaciones repiten sus ciclos, pleamar y bajamar se repiten también sin cesar, y la adaptación a estos patrones es básicamente la misma para todas las formas de vida.

Boston y Los Ángeles, regresaron a sus respectivos hogares. Boston sucumbió a la rueda implacable de una restructuración empresarial y reconvirtió su trabajo en un pequeño negocio de telefonía móvil. Los Ángeles también dio un vuelco en su vida profesional tentado, a los encantos de un trabajo administrativo en unos estudios cinematográficos de Hollywood. De manera irregular e impredecible, sus correos se espaciaron paulatinamente hasta convertirse en pequeños espacios navideños y muy poco más… nunca volvieron a verse.



Fotografía: 35 x 50 cm. yo Boston, tú California. Tinta sobre papel. pfp



6 comentarios:

Allau dijo...

La frustración de lo cotidiano, pero también el miedo a escapar de él. Los giros copernicanos, ya en la cuarentena, dan mucha pereza. Muy interesante.

Barbebleue dijo...

Real como la vida misma...

GLÒRIA dijo...

¿Cuántas historias como ésta o parecidas se abren, viven y se cierran cada día?
L'important c'est d'aimer. Dijeron.

Allau dijo...

Aquí, Gloria, i perdona'm, parece que lo de menos es quererse.

Josefina dijo...

!Si se hubieran querido de verdad! !Si el amor hubiera sido más fuerte que la vida misma! !Lástima que sea así casi siempre!

Silvia dijo...

Pues yo creo que son unos perezosos por no querer cambiar sus gastadas vidas. Por otro lado, quizás es que ya saben (por edad) que casi todo empieza muy bonito y acaba de la misma manera...