jueves, 12 de febrero de 2009

relato Nº 8, 2º Concurso relatos "pequeño formato"



Finalmente había llegado el día que vería colmadas sus más altas aspiraciones, vería a sus pies a todos los hombres y mujeres que quisieron disputarle el puesto, el cargo, la empresa, el imperio. Aquel día Herminia, la mayor de las hijas de Don Prudencio y la impecable esposa de Don Severino, la Presidenta del holding más importante del País y una de las organizaciones empresariales más prestigiosas de la Europa mediterránea, iba a recibir el más alto reconocimiento que daba la Comunidad Empresarial Europea a la empresa y al empresario más relevante del año, aquel que ha llegado a la cima liderando el ranking de los mejores ratios de valoración.
Mientras miraba el portafolios que contenía el discurso que le había preparado su secretario, el siempre diligente y reservado Evaristo, se imaginaba la cara del ilustre auditorio que dentro de un par de horas tendría delante de la tribuna, donde le iban a entregar el ansiado y trabajadísimo galardón.
Después de recibirlo de manos de Su Majestad y con la altivez y la fría elegancia que siempre había sido el temor y admiración de sus amigos y rivales, se dirigiría al expectante auditorio. De ella se esperaba en ese momento, el discurso que daría sentido al larguísimo proyecto forjado con tesón y sangre fría, con impecable precisión y profesionalidad. En sus manos estaba su futuro y la venganza forjada tras años de renuncias, sacrificios, mezquindades y delitos.
Atrás quedaban las angustias, los remordimientos, las dudas, el silencioso y seco llanto en su despacho, motivado por la soledad que siempre la rodeó y de la que nunca quiso prescindir.
Quería mirar directamente a los ojos de cada una de las personas que estarían observándola, ansiando una vez más su puesto, envidiándole el futuro imparáble que a partir de este público reconocimiento, a buen seguro la iba a lanzar al último eslabón del proyecto tan largamente proyectado, que tenía como único y valioso objetivo, el liderazgo del partido que tanto había ayudado a financiar y que finalmente tenía que llevarle a la Presidencia del Gobierno de la Nación.
Sabía que también estarían acechando sus eternos enemigos, mayoritariamente hombres que no estaban dispuestos a ser vencidos por Doña Herminia Cifuentes, aquellos que esperaban el más mínimo desliz para derribarle y liquidar la póliza de las mil y una humillaciones con las que ella les obsequiaba, en los mil y un intentos por derribarla.
Estaría también los únicos miembros de la familia que seguían sumisos a sus directrices. Desde la extraña y trágica muerte de Don Severino en un inexplicable accidente, donde también falleció el primogénito y único varón de la fructífera unión, el encantador Goyito de Almenar Cifuentes, solamente una de las hijas siguió en el regazo materno, más por cobardía que por amor filial. Perseveranda de Almenar Cifuentes, la pequeña y algunos decían que la más lista y la que en realidad era la viva imagen de Doña Herminia, terminado el exclusivo Master en la más prestigiosa y elitista Universidad de los EE.UU, se había incorporado a la dirección de la más residual de las empresas del Grupo ALCI, obteniendo ya unos buenos resultados, pese a la marginalidad de su repercusión en el entramado global. Su otra hija, la siempre rebelde y díscola Macaria, hacía ya diez años que marchó sin dejar rastro, pese a los intentos desesperados de Doña Herminia por localizarla. Siempre había sido la predilecta de los tres hijos, pero ella nunca quiso pertenecer a tan ilustre estirpe. Hubo quien se atrevió a decir que no era hija de su padre, con aquella melena caoba que no tenía precedentes en los de Almenar, ni tampoco en los Cifuentes.
También asistiría una de las hermanas de Doña Herminia, Edelmira con su marido, un exministro venido a menos por una trama oscura, que la influencia de Doña Herminia evitó que saliera a la luz, a pesar que no pudo evitar la destitución. Por ello sabían que por siempre jamás, tendrían que agradecerle la milagrosa maniobra que les salvo a todos del escándalo.
No estaría su hermano Prudencio Cifuentes. Ella ya se encargó después de la muerte de Don Severiano, de apartarlo de la Presidencia que le correspondía más por número de acciones que por aptitudes a ostentar el codiciado sillón.
Por supuesto estarían todos los miembros de los Consejos de Administración del Grupo ALCI, quienes atemorizados y esperanzados a partes iguales, esperaban que el discurso les despejara las innumerables dudas que se habían ido trazando en los últimos meses y no había ninguna duda que aclararía las incertidumbres y los rumores que corrían por todos los pasillos y despachos de la corporación.
También estaría presente y en un sitio de honor Doña Eremitas Feijó, la única e íntima amiga de Doña Herminia, acompañada de su hijo, un joven y prestigioso abogado que ostentaba la presidencia de un importante bufete en la capital, donde estaban depositados todos los secretos de Doña Herminia.

Dejó el despacho poniendo el discurso que había repasado por enésima vez antes de una entrevista con el director de un importante periódico financiero, en una cartera de piel que había pertenecido a su abuelo y que su padre le transfirió el día que ella se sentó para presidir su primer Consejo. Pensó repasarlo por última vez sentada en el coche, pese a conocerlo de memoria, mientras llegaba al Palacio de Congresos, así lo había acordado con Evaristo. No pudo, tubo que atender diversas llamadas telefónicas, hasta que hastiada apagó el móvil.

Austera como siempre, pero con la elegancia que caracterizaba a los Cifuentes, se abrió paso entre los saludos de la gente que se agolpaba en el vestíbulo del Palacio de Congresos y los flashes de los fotógrafos de la prensa financiera y las revistas de sociedad. La ilustre Alcaldesa de la capital se abalanzó sobre ella, dándole dos besos fríos y distantes aunque cómplices, en ambas mejillas, era muy importante para ella ser fotografiada con la que seguramente iba a ser muy pronto su Jefa.

A pesar que el tiempo transcurría velozmente, ella saboreó cada uno de los instantes como si de una proyección a cámara lenta se tratara. Veía a todos y cada uno de los personajes que se le acercaban para felicitarle, para estrecharle o besarle la mano, dependiendo del eslabón que ocuparan en el exclusivo círculo que podía acercársela.

Finalmente en una sala anexa, fue presentada a Su Majestad por el Presidente del Gobierno, con quien ella ya había compartido algunas cenas y reuniones. Departieron cortésmente unos minutos para finalmente entrar con el Auditorio puesto en pie mientras sonaba el Himno Nacional.

Unos parlamentos a los cuales Doña Herminia no prestó demasiada atención, la llevaron pausadamente, saboreando cada instante hasta el momento en el cual Su majestad le hizo entrega del galardón, mientras todo el Palacio se volvía a poner en pie, esta vez para rendir homenaje a la que sin duda se estaba convirtiendo en la mujer más influyente de la nación.

Se encaminó a la tribuna con paso firme, rodeada por la aureola del triunfo y la admiración del mundo económico, financiero y político rendido a sus pies. De pronto evidenció que no había visto a Evaristo, le pareció extraño, aunque sabía que su fiel secretario nunca se dejaba ver entre las grandes multitudes.
Saludó a Su Majestad y a la concurrencia mientras un silencio extraordinariamente denso llenaba el inmenso espacio.

Abrió el portafolios y vio el discurso que tanto había preparado, que casi podía recitar de memoria y que tantas horas y tantas correcciones había supuesto para el siempre fiel Evaristo.

Miró fijamente al Auditorio y vio a muchas de las caras conocidas, a su hija, a su hermana, se fijó en Eremitas, la más elegante como siempre y a su lado Evaristo con la mirada perdida, pálido y desencajado susurrándole algo al oído del abogado que se levantó pausadamente para salir con el paso indeciso por un pasillo lateral, desapareciendo por la primera puerta que acertó a empujar. Algo sucedía, algo grave, algo inesperado

Vio una cuartilla doblada, sin apenas mover las manos la desplegó y leyó mentalmente

¿Cómo había sido tan estúpida?, ¿Cómo había podido cometer un error como aquel? ¿Quién le asesoró? ¿Quién le presentó a Bernard Mardoff? ¿QUIÉN?

Doña Herminia Cifuentes no pudo pronunciar ni una palabra, quedó muda. Rápidamente apareció un médico en la sala, se la llevaron mientras se armaba un revuelo considerable. No perdió ni un minuto el conocimiento, a pesar que no podía hablar, se percató en un instante que su imperio se había volatilizado, no tenía absolutamente nada.

Doña Herminia sigue muda, arruinada, abandonada. El Holding ALCI fue adquirido a precio de saldo por una empresa holandesa. Nadie de su entorno se ha acercado a visitarla, salvo los abogados de las mil y una causas que tiene abiertas.

Pronto tendrá que dejar el apartamento donde se ha instalado momentáneamente, gracias a Evaristo, quién ha podido salvar alguna cuenta a nombre de su esposa. El palacete de la familia, hasta hace poco inexpugnable fortaleza de Doña Herminia, sigue precintado, con un ejercito de auditores, abogados y peritos removiendo sus cimientos. El fiel Evaristo no se lo ha contado, pero ella muda, lo sabe, lo sufre sola, en silencio, como ha sido siempre su vida. Un llanto seco resbala por su mente.

No volverá a hablar, Evaristo luchará para que la declaren demente.
Fotografía: M. S. nº 8 PFP

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