viernes, 12 de agosto de 2011

La viuda del Greco VI


"Aprovechaba además mi voluntario exilio para recorrer las anchas habitaciones casi vacías y observar los desastres que las lluvias y nieves causaban en los techos. Dominico disponía de dinero para costear a unos músicos holgazanes, y no los tenía para remendar y sostener su morada enclenque. Reinaba en los aposentos una oscuridad que metía miedo, un miedo al que contribuían las consejas de las criadas de la Duquesa de Arjona, que de vez en vez se colaban por los patios y me contaban que la Duquesa anciana se persignaba al pasar delante de nuestro portal, porque aquí vivió, hace siglos, el judío de los tesoros que Pedro el Cruel mandó asesinar, y aquí fabricó un Marqués de Villena sus pecadoras alquimias. Al pavor que derivaba de aquellas memorias lúgubres se agregaban los que surgían de los cuadros infinitos del Greco, distribuidos doquier, y que revolvíanlos inspirados y crispaban las manos demasiado finas, hasta hacerme escapar rumbo a los griegos rezadores y devorantes, o rumbo al taller, detrás de cuya puerta me apostaba, tratando de discernir la voz frágil, juvenil , de mi hijo, en medio de las tonalidades campanudas. También me detenía en el rincón donde el Greco, lector empedernido, amontonaba su librería y buscaba un volumen que aliviase mi soledad. La mayoría eran textos helenos y de arquitectura clásica, mas yo sabía que escarbando hallaría el Amadis de Bernardo Tasso, y aunque escrito en lengua extranjera, me distraía interpretando las proezas que mi padre me había referido cuando yo era niña y me llamaba para que escuchase los prodigios.
Dominico no cejaba en su afán de robustecer los conocimientos de Jorge Manuel, a pesar de que era obvio que se avenía mejor, en lo pertinente al trabajo, con Preboste y Tristán. Jorge Manuel fue más hijo mío que suyo. Por eso batallé para proteger su personalidad y para que gozase, dentro de la casa del lugar que le correspondía. ¡Adorado Jorge, adorado mío¡ ¡Con qué elegancia diestra se movía, se inclinaba¡ Ninguno de los retratos que Dominico pintó, de caballeros aristocráticos, y cuya apostura fue alabada por el señorío, sobrepujó su elegancia. Le relegaban, le relegaban como a mí. Pero ahí estaba yo velando. Y cuando  pude maquiné sin vacilar ante la impostura, pues la posición de mi hijo estaba en juego, la retirada de Preboste y de Tristán. El Greco protestó y no le quedó más remedio que desraizarles de la casa. Se ahondaron desde entonces, la sombra de sus ojeras; se le iluminaron los ojos con no sé qué delirio. Imagino que se hubiera vengado del despojo sobre Jorge Manuel, obligándole a trajinar como un esclavo de no mediar mi vigilancia y el imperio con que reconquisté mi categoría en el vedado taller."


Texto: La viuda del Greco, obra de Manuel Mujica Láinez

Fotografía: Laocoonte y sus hijos, obra del Greco

3 comentarios:

Allau dijo...

No sé, Pilar, hacia donde vas; no puedo imaginarlo. De momento, la vida de la futura viuda no es particularmente agradosa.

Josefina dijo...

Pues yo voy como un barco a la deriva en esta historia.
El oleaje va " in crescendo" y el timón lo tienes tú.
Me mantendré hasta el final, a pesar de la resaca.

pfp dijo...

noooo, el timón no lo tengo yo, lo tiene Don Manuel, dueño absoluto del relato. Quedaros, que solo falta una última entrega intentaré que sea esta misma noche.

besos allau, besos josefina