domingo, 20 de enero de 2019
Vicente Aleixandre
Qué suerte estar aquí, en este suelo donde la materia no es el mármol ni el
acero, donde se acaba olvidándose si las plantas existen, como una leyenda
que no hay que creer.
Donde la más bella hada no puede romperse, aunque la fustiguen las barras doradas
que se desclavan de los cielos con la noche. No importa que los ojos no duelan. ¡Mejor! Que el sueño no exista. ¡Mejor, mejor! Un poco de música
subiendo como el nivel respirado me enfría con su agua sedeña la piel quietísima. Si ascienden las ondas, si te empapas
de todas las tristes melancolías que volaban evitando rozarte con sus maderas huecas, finas, se detendrán justas en la garganta, decapitándote
con la luz, dejando tu cabeza como la flor, el alga, el verde amaranto más concreto que
buscaba el accidente para sumirse. ¡Qué hermosa, ¿no es cierto?, ¡una verdad entre las manos! ¡Qué hermoso poder sonreír al eco largo en cinta, que pasa cerca, cerca sin tocarnos; mientras el calor, el latir, se ha hecho justo
en el hueco, en este aire que yo acabo de respirar, y en él mueve sus alas como espejos, excitando la sonrisa templada en que amanezco!. Por la mañana, cuatro carros de grandes planos amontonados y metálicos armarán su agrio estrépito, que siembra de vidrios de botellas todos los desnudos inermes.
Si Dios no me acusa, ¿por qué el alma me punza como una espina cuyo cabo está al aire, flameando como un gallardete insatisfecho? ¿por qué me saco del pecho este redondo pájaro de ocasión, que abre sus luces en abanico para desde allí encantarme con su pausado jeroglífico? ¿Por qué esta habitación, como una caja de música se mueve, ondula sobre las aguas temerosas e insiste plenamente en su bella desorientación frente al crepúsculo? [...]
Pasión de la tierra. VICENTE ALEIXANDRE
[...] Pasión de la tierra es sin duda un libro de grito, de rebeldía. No se trata, sin embargo, de ninguna rebeldía específica, ni menos política . Sino de una rebelión atávica. Es la rebelión del ser en si mismo. Del ser que se bucea y bucea la vida, y en ella encuentra pasión que destruye y a la vez vivifica y muerte en un marasmo de objetos que significan el sinsentido, y la ira por tanta pasión inútil y dolor que contrae articulaciones, y amor que desgarra y duele, y es al final solo el rescoldo o la ceniza de una instantánea brasa. La rebeldía del ser, hurgándose a si propio -y a su entorno- contra la inutilidad y la maldad del mundo, que no excluyen, sin embargo, pasión ni belleza. Aunque siempre efímera.[...]
Prólogo de Luis Antonio de Villena, a la edición, Grandes Autores Españoles del siglo XX. Ediciones Orbis S. A. Barcelona 1984.
Imagen: Ocean Park. Richard Diebenkorn. 1922-1993
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Diebenkorn Richard.,
Juan Antonio de Villena,
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4 comentarios:
Creo que ese grito lo emitimos todos a lo largo de nuestros días, con más frecuencia de lo que imaginamos (que cada cual se escuche) aunque no lo hagamos saber a los de fuera, aunque su tono poético no adquiera forma, y en ese sentido también es atávico, puesto que anteriormente nuestros antecesores ya lo emitirían, sin duda.
Nutramos la voz porque el día que no lo hagamos ya no habrá vuelta atrás.
Un abrazo.
así es, Fackel; tú, lo haces casi a diario... reconforta leerlo, también a los poetas... No todos sabemos expresarlo de una manera tan bella, por eso os necesitamos, por eso los necesitamos...
abrazo
No hay poeta que palpite sin un grito, noble como madera, mordaz como metal; en su sonido reside su existencia: el poema.
A don Vicente le sentarían bien tus azules.
quiero encontrar, el verde amaranto, aunque solo sea por lo bonito de la palabra...
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