lunes, 8 de marzo de 2021

Labene

 


Una historia ya contada.


La bautizaron María Benedicta, pero todo el mundo le llamaba, Labene. Ella fue la primera de la escalera que allá por los años 80 tuvo que buscarse la vida, cuando su marido una noche se fue a comprar tabaco y nunca más volvió. Su hijo, entonces, tenía solo 8 años y ella sabía que habría mucha necesidad por delante, así que ni lo dudó cuando un familiar, le propuso la limpieza de un despacho de abogados en el centro de la ciudad.
Pronto, se acostumbró al horario de trabajo nocturno, salía de casa cuando las demás volvían, pero eso le hacía sentirse diferente, y cuando se marchaba dejando a su hijo cenado, soñaba que salía al cine o al teatro como las señoras bien. 
Al cabo de un par de años, los abogados ampliaron el despacho y contentos como estaban con ella, dejaron a su confianza traer otra mujer que le ayudara. Labene se sintió halagada e importante, y no lo pensó dos veces, le ofreció el trabajo a Langelita, su vecina de rellano, a la que debía muchos favores de intendencia, y sobretodo, la tranquilidad de dejar a su hijo pared con pared.

Langelita, bautizada, Maria de los Angeles, tenía un marido que era un pan de molde, pero cortito, no pelecharía nunca en el trabajo, y ellos eran cuatro de familia y con buen apetito, a los chavales les crecían los pies de mes en mes.. así que ni se lo pensó, acepto encantada.

Pasados unos meses, la vecina del 1º C, bautizada María Francisca, pero conocida en todo el barrio como, Lapaqui, les abordó en jarras. Necesitaba trabajar, su marido solo salía del bar para comer, cenar y dormir; estaba pensando seriamente en la separación... Tuvo suerte Lapaqui, el despacho de abogados, viento en popa, amplió sus oficinas de nuevo, y otra vez recurrieron a Labene, que con su buen hacer les resolvió la papeleta.

Casi sin sentir, habían pasado quince años trabajando juntas: Labene, Langelita y Lapaqui (divorciada), cuando un 19 de noviembre decidieron celebrar el 50 cumpleaños de Labene. Era un martes normal de trabajo, y Labene, ya de madrugada, les obsequió con una bandeja de charcutería fina, y quesos para untar. Lapaqui y Langelita compinchadas con el guarda-jurado, la sorprendieron con una botella de champán y un precioso pastel con 50 velas de colores. Lo pasaron en grande, brindaron por la amistad, por la suerte de compartir el trabajo y por la vida.

Como siempre, al volver a casa, cogieron el metro, el vagón se fue vaciando paulatinamente en cada estación que paraba, ellas como siempre bajaron en la estación término, iban alegres y chisposas por el champán. Ninguna de las tres se percató que al otro extremo del vagón en dirección contraria a la marcha, viajaba un hombre que parecía dormido, pero estaba muerto, hacía casi cuatro horas que iba y venía en un viaje sin final. Pero esa es otra historia.

para Cristina, con cariño Pilar


Imagen: Las Tres Gracias. Pedro Pablo Rubens



3 comentarios:

mlbalda dijo...

Enhorabuena cuentista

pfp dijo...

gracias, poeta!

Silvia dijo...

Que maravilla de relato!!!