Estimada Rosa:
Cuando por unos días cerré mi blog para unas breves vacaciones, dejando colgado un pequeño dibujo acrílico con
una gran llave como protagonista, no sabía que abriría de nuevo el blog con un motivo relacionado con ellas, las llaves.
Paseaba a primeros de este mes de agosto con mi marido y mi nieto por la céntrica Rambla de Cataluña, disfrutando de una
preciosa mañana calurosa pero regalada por una brisa suave que todo lo
perdonaba. Era media mañana, caminando y en grandes autocares descapotados, que hacían las delicias de mi nieto, guirilandia tenia tomada las céntricas Ramblas, cuando de pronto advertí que me había dejado
en casa el plátano de las doce. El chavalín, (21 meses) tiene un estómago de relojero, así que me dispuse a entrar a una frutería y comprarle el condumio; imposible, no hubo manera de encontrar frutería, ni supermercado en la zona, ni en los finos aledaños atestados de comercios de gran relumbrón. ¡Claro, no
están esas lujosas cadenas ni esos hermosos locales, para vender plátanos ni coliflores! allí, el que no vende
una camisa por menos de 300€ no es nadie.
En fin, empujando la sillita del niño nos disponíamos a poner rumbo hacia
la periferia de tan elitista barrio en busca de un supermercado vulgar, cuando se me apareció una señora en un chaflán de la Rambla Cataluña, una señora alta, pelirroja, elegante, vestida con una sencilla y amplia camiseta sin etiquetas, de
un color granate indefinido sobre la que colgaba un manojo de llaves no como adorno, sino de forma práctica, la misma que yo utilizo cuando
salgo a caminar por el parque cercano a casa, o cuando voy simplemente a por pan... así que, instintivamente te paré pensando que eras vecina del barrio, -para nada una guiri- y preguntarte dónde podría
encontrar un super o una frutería cercana. En el momento que te tuve frente a frente te reconocí, Rosa, admirada mujer, insigne personalidad, editoria,
escritora, y hasta incluso insigne Directora de la Biblioteca Nacional Española hasta que creíste conveniente presentar tu dimisión. Te saludé con cariño, yo te había conocido precisamente en un original evento por ti organizado en la Biblioteca Nacional, y después de intercambiar unas amables palabras, me
indicaste donde encontrar el super más próximo. Nos despedimos ambas con una gran
sonrisa y un par de besos.
Rosa, quiero que
sepas, que encontré el super, que compré unos plátanos, que aunque parecían un
poco verdes, resultó que estaban en su punto, al decir del buen yantar de mi nieto.
Esas llaves
colgadas a tu cuello, querida Rosa, fueron clave de un encuentro fortuito, con quizá, la mejor persona que podría haberme
encontrado en ese barrio, en esa mañana de primeros de agosto en Barcelona.
Gracias, Rosa,
un par de besos
pilar fdez.-pinedo