Capítulo XI
Como pretendía examinar todas las condiciones humanas, se hizo guiar al despacho de un ministro; pero de camino seguía temiendo que alguna mujer fuera asesinada en su presencia por el marido. Una vez llegado al despacho del hombre de Estado, permaneció dos horas en la antecámara sin ser anunciado, y dos horas más después de haberlo sido. Durante ese tiempo se juraba que recomendaría a los cuidados del ángel Ituriel tanto al ministro como a sus insolentes ujieres. La antecámara estaba llena de damas de toda condición, de magos de todos los colores, de jueces, comerciantes, oficiales y pedantes; todos se quejaban del ministro. El avaro y el usurero decían: "Es evidente que este hombre expolia las provincias"; el caprichoso le reprochaba ser extravagante; el sensual decía: "Solo piensa en sus placeres"; el intrigante se jactaba de que ya lo veía perdido por las intrigas de una cábala; las mujeres esperaban que pronto les nombrasen a un ministro más joven.
Babuc oía sus palabras y no pudo dejar de decir; "¡Qué hombre tan feliz¡ Tiene a todos sus enemigos en la antecámara y aplasta con su poder a cuantos lo envidian; ve a sus pies a cuantos lo detestan".
Al fin entró: vio a un viejecito encorvado bajo el peso de los años y de los problemas, pero todavía vivaz y lleno de inteligencia.
Babuc le agradó, y a Babuc el ministro le pareció un hombre amable. La conversación se volvió interesante. El ministro le confesó que era un hombre muy desgraciado, que pasaba por rico cuando era pobre, que le creían todopoderoso cuando siempre le llevaban la contraria, que había hecho favores sólo a ingratos y que, durante un trabajo continuado de cuarenta años, apenas había tenido un momento de consuelo, Babuc quedó conmovido y pensó que si aquel hombre había cometido yerros, y si el ángel Ituriel quería castigarlo, no era menester exterminarlo; bastaba con dejarle seguir en su puesto.
Texto: Así va el mundo. Visión de Babuc, escrita por él mismo. Voltaire
Fotografía: obra de Pablo Ruiz Picasso