El viaje que emprendo es corto, a penas doscientos km separan el desierto donde se erige la ciudad de Abu Dhabi del otro a donde me dirijo. Hay quien piensa que todos los desiertos son iguales, pero no es verdad, son tan distintos entre ellos como las verdes praderas o las montañas lo son entre si. Cambia el color y la altura de sus dunas, los tesoros que guardan sus arenas, incluso su peculiar y escasa vegetación y fauna.
Al salir de la extensa ciudad de Abu Dhabi, casi me pierdo en la maraña de sus vías rápidas, flanqueadas todas de verde césped, jardines y palmeras datileras, irrigado todo de un calculado gota-gota. Sorteando cruces y rotondas, finalmente enfilo en la dirección del pequeño poblado, Hmmen, que no he logrado encontrar en mi GPS. La carretera es una recta de unos 150 km trazada a cartabón y escuadra, que cruza un desierto-desértico, plano y gris, como un inmenso lago desecado, a lo lejos arden las afiladas torres de los pozos petrolíferos, dejando en el cielo un rastro de humo negro y denso, el "oro" de nuestra civilización. Señales de reduccion de velocidad y semáforos avisan los anchos cruces, y la circulación de pesados camiones procedentes de los pozos que abastecen de ingentes cantidades de poder a los emiratís.
Poco a poco el desierto va cambiando de aspecto, el gris blanquecino queda atras con su cielo lechoso, y mientras el cielo cobra un azul intenso y luminoso, se eleva la superficie del desierto con pequeñas dunas doradas. Esbeltos camellos negros que parecen proceder de granjas cercanas, andan picoteando entre esmirriados palmerales, irrigados por kilometricos gota a gota que flanquean los anchos arcenes de la carretera, utilizados como vía alternativa de adelantamiento,
Llegado al fin al prefabricado y pequeño poblado de Hmmen, cercano al oasis de Liwa, enfilo hacia el interior del desierto, doce km de altas e impresionantes dunas rosadas y azules peinadas por el viento me llevan a mi destino; una bella noche en el desierto.