Un mundo se acaba y otro va a dar comienzo.
Dos personas muy distintas entre sí, dos artistas, dejan constancia de ello, con una de las óperas más bellas jamás escrita y compuesta.
El creador del libreto Hugo von Hofmannsthal, hombre exquisito, amante de las bellas artes, descendiente de una familia vienesa aristocrática y culta, de origen austriaco, italiano, suabo y judío, que a los 17 años ya había asombrado al mundo literario de la capital del Imperio con una colección de poemas que la crítica comparó con los del joven Rimbaoud. El otro artista es el músico Richard Strauss, de familia burguesa, un hombre culto y sencillo pero sobretodo extraordinario, excelente, músico.
Tanto Strauss como Hoffmannsthal adoraban Viena, la vieja capital del Imperio Austrohúngaro, que representaba para ellos el último baluarte de la Europa decimonónica, la de las sonrisas de complicidad, la de los espíritus refinados, cultos y aristocráticos, a la que ven irremediablemente condenada a desaparecer, pero no quieren rendir tributo a la decadencia, prefieren hacer un homenaje en tono de farsa, pero con lágrimas en los ojos y dolor en el corazón.
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Sophie,( en voz baja):
¿Donde estuve ya una vez y fui tan dichosa?
Octavian, (a la vez que ella y aún más bajo)
¿donde estuve ya una vez y fui tan dichoso?
Sopphie,
¡Alli he de volver¡ ¡Y tuviera que morir del todo en el camino¡
Solo que yo no moriré.
Esto está lejos. Es el tiempo y la eternidad
en un instante divino,
que no olvidaré jamás hasta mi muerte.
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Fotografía: pfp