"Entretanto al Greco le había quedado, con lo del San Mauricio, una espina clavada en la vanidad. Como era vigoroso y obstinado, luchó por arrancársela. Se propuso ostentar que el agravio no había hecho mella en su coraza, y estableció en nuestra casa una atmósfera de fiesta continua. Trabajó con ahinco y el metal afluyó a nuestros cofres. Así como ingresaba, desaparecía. Los personajes más notables de Toledo le rodearon. ¡Cómo se hubiera henchido mi padre al verles¡ Pintaba el lienzo enorme del entierro del Conde de Orgaz, y como se había fijado que en la superficie inferior de la composición figurarían los retratos de varios hidalgos de la ciudad, concurrían éstos al taller, para que El Greco les dibujase. Presentábanse en cualquier momento el Conde de Benavente, don Antonio de Covarrubias, su hermano Diego, el párroco de Santo Tomé, el ecónomo Ruiz de Durón. El Greco les recibía como un Príncipe que acoge a otros Príncipes. Luego, durante las comidas, unos músicos amenizaban el agasajo. A diferencia del San Mauricio, el cuadro gustó y gustó muchísimo. Iban los extranjeros a loarlo, en Santo Tomé. Lo que a mí me regocijó sobremanera fue que hubiese pintado a la izquierda, a Jorge Manuel, de pajecillo, con un cirio en la mano, indicando la composición. No hubo paje más donairoso.
También yo fui a Santo Tomé, a contemplar la obra terminada, pero confieso que con las faenas que la organización de nuestra desorganizada casa imponía, me regateaba el tiempo las diversiones. Además, la habitación que antes ocupara mi padre le había sido destinada a un hermano muy mayor del Greco, Manusso Theotocópuli, insoportable como el criado Preboste o peor que él. Este viejo me llenaba los cuartos de griegos mugrientos errabundos, que salían a mendigar con él por las calles, a favor de los cautivos de las galeras turcas, aunque malicio que parte de lo recolectado permanecía en su escarcelas. Y Preboste me irritaba, con su soberbia, con sus desplantes de amo. Vigilaba el taller como un perro. Alguna vez creí adivinar que ponía reparos a que Jorge Manuel entrase en el "sancta sanctorum", con el pretexto de que dañaba las telas; sin embargo debo convenir en que, tanto como Dominico, fue Preboste su maestro en la ciencia pictórica.
Después del éxito del Conde de Orgaz, aumentó el caudal de los encargos. Llovían sobre el Greco, quien se valía, para hacerles frente del socorro de Preboste y de un mozuelo Tristán, su discípulo. También le sonó el turno a Jorge Manuel, en cuanto gobernó la paleta, de auxiliar de su padre, cuyas energías, con ser eminentes, no daban abasto para atender los reclamos de la Iglesia y los señores. Que me perdone Dios, pero nadie me desgajará de la mente la idea de que lo mejor que brotó del taller del Greco lleva el sello de nuestro hijo. Tantos y tantos cuadros solicitaban sus mercedes, tantas réplicas y copias, que con el andar de los años se metamorfoseó la casa en una especie de vasta santería, donde las imágenes de los bienaventurados se alineaban, como en la tienda de un estampero, multiplicando los Cristos con la Cruz a cuestas, los San Francisco, las Magdalenas, los Apóstoles. Partían ellos y el dinero se apilaba, sin ser nunca suficiente, por el extravío rumboso del Greco, para saldar las cuentas, así que vivíamos endeudados, siendo ricos, como si la situación no se hubiese modificado desde los tiempos de mi padre. Los amigos y los pedigüeños (los ¡griegos¡ ) nos sofocaban. Como siempre, comparecían a visitar al maestro las celebridades. Fray Hortensio Félix de Paravicino y don Luis de Góngora escribieron en su honor unos sonetos elogiosos, que no comprendí cabalmente y que debo conservar en alguna parte. Ya los buscaré. El que jamás vino, en cambio fue Lope de Vega, y lo hice notar a mi marido, quien se limitó a mirarme desdeñosamente."
Textp: La viuda del Greco de Manuel Mujica Láinez
Fotografía: Entierro del Conde de Orgaz, obra del Greco
2 comentarios:
Sigue esta hermosa historia escrita por un hombre que adopta la voz de una mujer, la viuda del enorme pintor cretense. He tenido que acordarme y muy a gusto de mi visita a Santo Tomé y de la luz indescriptible que el cuadro desprendía.
Gracias como siempre, Pilar. Y besos también.
Yo también me acuerdo de mi visita a Santo Tomé. Estuve contemplando ese lienzo mucho, mucho tiempo. Me produjo una impresión grande, que no puedo describir.
Ahora, con la historia que ignoraba todo toma otra dimensión. Y es que la aparición de una mujer, en la vida de un gran hombre, le confiere esa grandeza que, a bien seguro, rebosa en ella.
Gracias, Pilar.
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