domingo, 25 de mayo de 2008

podeis votar, ¡ya¡

Queridos amigos os pido 24 horas más para que todo el mundo pueda votar me lo han pedido los currantes que no tienen tiempo durante la semana. Besos a todos y gracias Pilar

Si, podéis votar ya, los que habéis escrito o los que solo habéis leído. Animaros, si queréis dejar la explicación del porqué mejor todavía. Tenéis de plazo hasta el día 31 a las 24h. Recordar solo los relatos numerados, son 16 en total, (etiqueta concurso relatos).




Saludos y gracias a todos. Pilar

sábado, 24 de mayo de 2008

relato Nº 16



NOTICIAS DE ULTIMA HORA
Hospital de ……………………..

Un hombre de mediana edad, indocumentado, ha sido trasladado desde el metro donde viajaba a nuestro Hospital, en estado muy grave… Por lo visto alguien dentro del vagón se apercibió de su situación, ya que permanecía quieto y apoyado en la ventanilla con los ojos semi-cerrados… El viajero que le había estado observando, junto a otros que también le miraban con inquietud, se acercaron a él y le hablaron. Se dieron cuenta enseguida de que no respondía al estímulo, y al tocar su mano, fría y un tanto rígida, intentaron reanimarle y pedir un médico de entre la gente que se volcaba en el lugar concreto… Fracasados los intentos, habían llegado ya a la estación próxima desde donde pudieron emprender su auxilio con los medios que inmediatamente pusieron a su disposición, empleados y personal diverso…
Afortunadamente, a estas horas, se confirma: esta fuera de peligro y pasa a la Sala de Recuperación de este Hospital.

Gracias este ejemplo de solidaridad, aun nos cabe la esperanza de que el mundo pueda ser mejor.
Fotografía: obra de Pieter Cornelis Mondrian

relato Nº 15



Las doce menos cinco. Aún tendré tiempo de coger el último metro. ¡Caramba!, no hay nadie en el andén; bueno, será que acaba de marcharse un tren.

¡Huy qué cansado me encuentro! No me gusta sentarme a esperar el metro, pero en esta ocasión voy a hacer una excepción.

Caray qué raro, no viene nadie y son ya las doce. ¡Ah¡, oigo pasos; alguien entra. Parece que se acerca a mí... Querrá preguntarme algo...

Ahí viene el tren, pero ¿sin luces? ¡Qué raro!. Menos mal que se ha parado, creía que no iba a hacerlo. Pero dentro del vagón tampoco hay luz...No se oye nada...Tendré que ir con cuidado porque puedo tropezar con alguien y lastimarlo o caerme yo...Pues no, no tropiezo con nadie...No sé oye ni un solo murmullo. El coche ¿está en marcha? Porque las puertas están cerradas, ¿ no? Sí, sí que lo están. ¡Pero que tacto tan raro tienen! No parecen sólidas... Bueno, me quedan tres paradas.

Y las luces apagadas. ¿No se dan cuenta que hay que encenderlas, que ir apagados va contra toda norma de seguridad? Pero ¿cómo es que no veo ningún tipo de luz? Nadie sale de los coches ¿o es que este tren no se para en ninguna parte? Esto ya me está escamando. ¡Que frío! Sin embargo no está encendida la refrigeración... ¿por qué iba a estarlo? estamos en invierno.

Comienzo a sentir angustia y cuando me viene es terrible. ¡Acabaré haciendo aquí un número! Bueno, llevo el Diazepan en el bolsillo. ¡Pero, si no me lo noto...No lo encuentro...Si no noto su tacto no me podré tomar el medicamento y si no me lo tomo, con esta angustia, no sé qué me va a pasar! ("Calma, hombre, que te estás poniendo nervioso; ahora cuando llegues a tu parada todo te pasará"). Pero es que no llego a ningún sitio. ¿Qué pasa? No me puedo mover...Me falta la respiración. Señor, ¿es que me estoy muriendo?

"¡Oiga jefe! ¡Jefe!. No se puede dormir en las instalaciones del Metro. El último tren pasó hace tres minutos y vamos a cerrar. O sea que levántese, despabílese y a caminar un ratito. Que le dé el aire, que le hace falta. Seguro que ha bebido usted más de la cuenta..."

"Siento defraudarle pero soy abstemio. Ya le he visto entrar hace un momento. Creí que me iba a preguntar algo"

"Pues ya ve, venía a decirle, no a preguntarle. Venga, salga, por favor. Tenemos que cerrar y a mí, me esperan en casa"

"Sí, sí, disculpe".

Menos mal que sólo he estado unos segundos dormido. Veré qué hora es y según cómo tomaré un taxi. ¡Caray, pero si es de día!. Son...las siete y cinco de la mañana. Pero..., ¿no ha dicho ese hombre que acababa de pasar el último tren de la noche? ¿Qué ha pasado? Según mi reloj han transcurrido... ¡¡¡7 horas!!!

Pero, vamos a ver, estoy muerto o vivo? ¡Huy! Los pellizcos no engañan, estoy vivo. ¿Y estas 7 horas qué? Y este señor ¿era de la compañía o quién demonios era?. El reloj se me ha adelantado sólo ¿o lo ha adelantado alguien? ¿O, es que he estado 7 horas muerto y he RESUCITADO?

viernes, 23 de mayo de 2008

labene

La bautizaron María Benedicta pero todo el mundo le llamaba Labene. Ella fue la primera de la escalera que, allá por los años 80 tuvo que buscarse un trabajo extra cuando su marido una noche se fue a comprar tabaco y nunca más volvió. Su hijo entonces tenía solo 8 años y ella sabía que habría mucha necesidad por delante, así que ni lo dudó cuando le propusieron la limpieza de un despacho de abogados en el centro de la ciudad.

Pronto, se acostumbró al horario de trabajo nocturno, salía de casa cuando los demás volvían pero eso le hizo sentirse diferente y cuando marchaba dejando a su hijo cenado, soñaba que salía al cine o al teatro como las señoras bien. Al cabo de tres años los abogados ampliaron el despacho y contentos como estaban con ella dejaron a su confianza traer otra mujer que le ayudara. Labene se sintió alagada e importante y no lo pensó dos veces se lo ofreció a Langelita, su vecina de rellano, a la que debía muchos favores de intendencia , y sobretodo la tranquilidad de dejar a su hijo pared con pared.

Langelita, bautizada, Maria de los Angeles, tenía un marido que era un pan de molde pero cortito, no pelecharía nunca en el trabajo, y ellos eran cuatro de familia y con buen apetito y a los chavales les crecían los pies de mes en mes.. así que lo pensó rápido y acepto encantada .

Pasados unos meses la vecina del 1º C, bautizada María Francisca, pero conocida por todo el vecindario como Lapaqui, les abordó en jarras. Necesitaba trabajar, su marido solo salía del bar para comer, cenar y dormir y ahora, con lo del divorcio ella se lo estaba pensando...

Tuvo suerte Lapaqui, el despacho de los abogados, viento en popa, amplió sus oficinas de nuevo y otra vez recurrieron a Labene que con su buen hacer les resolvió la papeleta de la limpieza.

Habian pasado casi 15 años trabajando juntas Labene, Langelita, y Lapaqui divorciada, cuando un 19 de noviembre decidieron celebrar el 50 cumpleaños de Labene. Era un martes, Labene les obsequió con una bandeja de charcutería fina y quesos para untar, Lapaqui y Langelita compinchadas con el guarda-jurado la sorprendieron con una botella de champán auténtica y un pastel con 50 velas de colores. Lo pasaron en grande, brindaron por la suerte maravillosa que tenían de tenerse las tres y por la vida.

Cogieron como siempre el último metro de la noche, el vagón se fue vaciando paulatinamente en cada estación que paraba, ellas como siempre bajaron en la estación término, iban alegres y chisposas por el champán. Ninguna de las tres se percató que al otro extremo del vagón en dirección contraria a la marcha viajaba un hombre que por la rigidez y el color, parecía muerto.


Dedicado a mi amiga Cristina, con cariño Pilar


Fotografía: obra de Paul KLee

jueves, 22 de mayo de 2008

concurso de relatos; recordar, el plazo termina el día 25 de Mayo



Queridos amigos todos, he estado incomunicada por INCIDENCIAS telefónicas que los TECNICOS no acababan de dar con ellas y de poco dan conmigo, finalmente (y tocando madera estoy) parece que de nuevo vuelvo al espacio blogero ...


Sobretodo agradeceros a todos los que habéis participado en el concurso, bien escribiendo o bien dejando comentarios. Para mi ha sido un placer recibir todos los relatos, cada uno con un enfoque vital distinto y todos extraordinarios.


Ahora toca a partir del día 25 de mayo y hasta el 31 votar el relato que más os haya gustado, he pensado que cada votante lo haga por tres relatos, con tres puntuaciones distintas: 3 puntos, 2 puntos, 1 punto y deje constancia de su nombre o correo electrónico. No vale votar anónimo, tampoco importa no haber escrito ningún relato se vota igual... ¡animaros¡, habrá sorpresa para todos los que habéis escrito y también para los que votéis, y para el ganador o ganadora el "Pinedo" claro...


Está siendo un auténtico placer, un beso a tod@s y gracias Pilar

martes, 13 de mayo de 2008

relato Nº 14


Anochecía sobre el paisaje de la ciudad, envuelto en grises y sombras del amasijo de cemento y ladrillos: casas arracimadas, sin alturas de armonía, vida sin silencios… sonidos de un ejército de vehículos rodados en torpe concierto, emprendiendo la marcha y frenándola otra vez, dirigidos por el monóculo de los mariscales urbanos – rojo, ámbar, verde -, alertas sobre el día agonizante…
Sí, anochecido era ya cuando decidí bajar al metro, como huyendo… quería descender a la utopía de algo que es pero que no se ve, el metro.
¡Cuánta gente desaforada iba y venía no se de dónde ni a dónde, con sus tiques en la mano y la mirada al frente para ver alguna dirección que coincidiera con su efímero destino…! Todo era tan rápido y trepidante, que pensé tomarlo con calma y observar… Ya en el vagón, camino de cualquier parte, a mi no me importaba en absoluto, me complacía en observar los rostros de las personas… aquella mujer mayor, muy mayor, al acecho de un lugar donde sentarse, una pareja joven, otra no tanto, balanceándose de pie como si el metro fuera un barco a la deriva, cuando eran sus propios impulsos los que imperaban en su oscilación sensual, el “pringao” de siempre solitario y mirando como si guardara rencor al mundo entero, la muchacha con su lectura ordenada y sabia, sentada junto a un hombre negro, reluciente, de grandes ojos atónitos observando también a todos, menos a mí… miradas claras, miradas turbias, miradas al suelo, a las ventanillas como si a través de ellas se ofreciera un maravilloso espectáculo cuando, en realidad, eran los propios pensamientos los que discurrían y dibujaban unos supuestos que hubieran podido ser, cuántas vidas vividas en la inviolable intimidad de cada uno, no iban a ser contadas, cuántas no formarían parte de la historia que configura el tiempo del recuerdo y la explicación analizada de la época precisa… todo lo pensado quedaría oculto, todo lo imaginado, todo lo deseado, ¿a dónde iría? .
De pronto, aquella mujer mayor se sentó sobre mí; realmente… no me molestó, tenía su derecho, al fin y al cabo yo había muerto un día como aquel.



Fotografía: obra de Tony Oursler

lunes, 12 de mayo de 2008

relato Nº 13


Un hombre viaja muerto siete horas en un vagón de tren.

Ahí estaba él la primera y única vez que le vi. Sentado en una silla, pensativo, agarrando la jarra de cerveza con una mano y apoyando su cabeza con desgana en la otra. Vestía con zapatos negros algo gastados, vaqueros azules, una camisa gris y americana azul. Aparentaba unos sesenta. Su cara era amigable, algo rechoncha, quizás por las facciones redondas más que por estar gordo. Su gesto reflejaba desdén, y la imagen entera de su figura proyectaba la más profunda soledad. La mirada era la de un hombre sabio. Pero la sabiduría era de aquellas que se acumula con el aprendizaje de la experiencia, esa sabiduría que no está en los libros. Allí estaba él, en aquella taberna oscura, sin apenas clientes, sin música que sonase, sin televisión que ver. Agarrando su cerveza.
Me acerqué a él movido por la curiosidad y le pregunté si le importaba que me sentase con él. Me dijo que no. Me presenté y él también lo hizo. Bernardo dijo que se llamaba, vasco dijo que era. Hablamos un rato, sobre asuntos que no sabría calificar. Porque nuestra conversación era sin sentido, desordenada. Hablamos de aquellos temas que hablas con personas que sabes que sólo te vas a encontrar una vez en la vida. Personas con las que a veces, y no fue esta la ocasión, tenemos las conversaciones más trascendentales e interesantes de nuestras vidas. Pedimos dos cervezas más y entonces, sin sentido, como todo lo que estábamos diciendo, me contó un cuento. Una historia que hoy, después de muchos años, y también sin motivo aparente, os voy a contar a vosotros. “Un hombre viaja muerto siete horas en un vagón de tren” dijo que se titulaba.

“Estaba él en el mercado comprando verduras, seleccionando las mejores hortalizas. Y de pronto, desviando su atención de unas zanahorias extraordinariamente gruesas, la vio. Vio a la muerte y ésta le hizo un gesto.
Entonces él se asustó y se marchó corriendo, olvidando las zanahorias, los puerros, las acelgas y los ajos. Olvidando también que debía comprar cordero, gallina y pescado fresco –fíjate en que los ojos todavía brillen-, le decía su dueño –es la forma de saber si el pescado que compras es del día.
Llegó a casa de su dueño y le pidió dinero para marcharse lejos y de inmediato. Habiéndole preguntado por qué, él contestó a su dueño que la muerte le había hecho un gesto de amenaza en el mercado y que quería marcharse. Quería coger el primer tren a Barcelona para llegar antes del anochecer, esconderse, y así burlar a la muerte. Por que si conseguía esquivar a la muerte entonces estaría salvado para siempre y moriría tranquilo, de viejo.
Se acercó a Atocha y compró un billete para el primer tren en dirección a la capital catalana. Lo examinó: salida a las once de la mañana, llegada a las seis de la tarde. ‘Bien, no podrá seguirme’, pensó.
En ese preciso instante, el dueño llegaba al mercado para hacer la compra que su criado olvidó atemorizado. Mirando los ojos brillantes de un mero y pensando para sí que aquél ejemplar estaría bien rico al horno y con unos ajos salteados con algo de vinagre y pimentón, sintió que ella estaba detrás.
Se giró sin miedo y le preguntó a la muerte por qué le había hecho un gesto de amenaza a su criado aquella mañana.
-¿De amenaza? -contestó la muerte- No, el gesto era de sorpresa. Me sorprendí al verle aquí todavía cuando esta noche debo llevármelo en Barcelona.”

Después, Bernardo terminó su cerveza de un trago y se marchó sin decir adiós. Y allí me quedé yo, sentado, agarrando mi jarra con una mano y apoyando mi cabeza con desgana en la otra. Dejando que se marchara, sabedor de que jamás le volvería a ver.
Fotografía: obra de Rene Magritte