La vida de la
mayoría no da para escribir un libro -pensó
envidiando a la protagonista-, ni tan
siquiera para uno malo. Cerró de
golpe el que tenía en las manos mirando
su reloj de pulsera y se levantó del sofá
de un brinco, era media tarde, apenas le quedaban unas horas para recoger
la casa, ducharse, vestirse y comprar cualquier cosa para la cena,... pan
comido.
Elegía los libros por el título más que por el autor, también por
esas pequeñas reseñas que salen en los suplementos culturales, y los leía como si fuera a encontrar en ellos, un manual de instrucciones para su vida. Durante los dos o tres días que duraba su lectura adoptaba camaleonicamente
la personalidad de los protagonistas, sus horarios, sus comidas, sus gustos y
costumbres, su manera de vestir,... de esa forma daba aliciente a su monótona y aburrida vida.
La novela que estaba a punto
de acabar transcurría en Nueva York. Aquella noche, en aquella pequeña ciudad
provinciana ella no podía asistir a ningún concierto, a ninguna exposición, a ninguna brillante
lectura de un escritor famoso, tampoco tenía ningún amante a quién llamar, pero mimetizó el personaje cocinando para la cena un pastel de calabaza como el
de su actual heroína…
Después de cenar y recoger la cocina, volvió a su habitación,
se puso un pijama a rayas azules como su protagonista y se metió en la cama
para terminar el día leyendo las
aventuras de esa pequeña burguesa norteamericana, con la que había compartido
los últimos tres días ciudad, perro, familia y amantes .
pfp
Fotografía: Marea baja II. pfp