
Llegamos al transbordador que nos deja en el muelle de Miyahima en 10 minutos. Durante el viaje le doy esquinazo, me parapeto trás la cámara de fotos y me doy un respiro, la tarde es muy calurosa y amenaza lluvia.
Una vez en la isla me doy cuenta de la pericia y profesionalidad de este hombre que me enseña todo lo habido y por haber , me explica con claridad y evita las masas de gente, en su mayoría japoneses que visitan la isla por primera vez.
Finalizamos la visita a la Isla en el Templo más importante de Mihayima, el Daisho-in. A estas alturas elegiría a este guía entre un millón. En el pórtico del Templo hay una estrecha escalera de bajada que me ha pasado inadvertida, me pide que me descalce y me advierte que es indispensable que confíe en él, me parece una obviedad , me descalzo y le sigo, bajamos tres escalones y apartando una espesa cortina negra entro tras él en un estrecho pasillo, solo me advierte que utilice la mano izquierda para mantener contacto con la pared y avance siempre hacia delante. Inmediatamente pierdo la referencia de su camisa blanca que marcha delante de mi, la oscuridad es total y la negrura absoluta. Me paro, extiendo los dedos de la mano izquierda y comienzo a avanzar mientras me pregunto donde me he metido. El silencio también es absoluto como la oscuridad, me asalta una chispa de miedo, ¿confío en el guía? demasiado tarde para retroceder. La mano izquierda me va guiando a través de la pared que hace esquinas y cambios de dirección. Continuo avanzando en la negrura más negra que he visto en mi vida, visto, si, porque llevo los ojos abiertos como platos… al cabo supongo de un tiempo que se me ha hecho interminable, vislumbro al fin un resquicio de luz y oigo alguna voz, enseguida me topo con la pesada cortina negra de salida. Afuera está mi guía, expectante, como un santo monje esperando a su pupilo regresar de una dura prueba. Agradezco como nunca la luz plomiza de la tarde, en breve nos cae un fuerte chaparrón. Mientras salimos del Templo y nos mojamos no doy crédito a la experiencia que acabo de vivir y le pregunto cual es la finalidad de semejante prueba, me explica que es una práctica muy antigua para iniciar a los jóvenes monjes en la confianza, en la fe ciega en Buda, Él les guiará a través de los estrechos y oscuros caminos hacia la Luz.
El día ha sido increíble, tomamos un té y un dulce antes de coger de nuevo el transbordador que nos llevará de nuevo a Hiroshima.
En el taxi, la conversación es ahora personal, me explica que vive solo, que desayuna un bol de arroz blanco por la mañana y una sopa de verduras, que cena cualquier cosa en cualquier sitio, que en septiembre se va a Nueva Zelanda para intentar una nueva vida… Nos despedimos, espero y le deseo de corazón que Buda le guíe con buen tino. Yo no lo olvidaré.
Fotografía: Color negro
A mis sanfaineros Gloria y Enric, con cariño